Del Golpe de Estado en Chile a la Plantación de Iglesias del Pacto
Crecí en Puerto Montt, Chile, en un barrio donde todos nos conocíamos. Mis padres eran adolescentes cuando se casaron y trabajaban en el campo recogiendo papas y otros vegetales. Después de mi nacimiento, nos mudamos del campo a la ciudad.
Mi padre vendía frutas y verduras, al principio en una en una cesta y luego en un pequeño carrito de frutas y verduras tirado por un caballo. Cuando cumplí seis años, mis padres habían ahorrado suficiente dinero para abrir un pequeño mercado en el vecindario.
A veces, mi padre me llevaba con él para dejarles verduras a las monjas de un orfanato, a varias cuadras de nuestra casa. Mis padres estaban decididos a que mis hermanos y yo tuviéramos la educación que ellos no tuvieron, así que mi padre le preguntó a las monjas si yo podía asistir a su escuela, pues él quería que fuera maestra. Por lo tanto, asistí al internado hasta sexto grado, luego comencé la escuela pública para cumplir con los requisitos de la escuela normal, que prepara a los estudiantes para convertirse en maestros.
Desde mi adolescencia, sabía que Dios quería usarme. Dios me ha dado el don de liderazgo y comencé a usar este don desde muy temprano para servir en la iglesia; dirigí un coro de niños y fui parte del movimiento de renovación de la iglesia Católica en los años sesenta.
Conocí a mi esposo, Luis, en una reunión política en la escuela. Él era el presidente del cuerpo estudiantil de la Universidad Técnica del Estado, y ambos estábamos involucrados en política, apoyando a uno de los candidatos a la presidencia de Chile. Me gradué en 1966 y comencé mi carrera docente como maestra de primaria. La enseñanza fue algo natural para mí y he enseñado tanto en las escuelas públicas como en la iglesia. Seguí enseñando después de nuestro matrimonio en 1971 y del nacimiento de nuestra primera hija.
El 11 de septiembre de 1973, el presidente de Chile, Salvador Allende, fue derrocado en un golpe militar encabezado por el general del ejército Augusto Pinochet. El nuevo régimen comenzó a encarcelar y ejecutar a cualquier persona relacionada con el gobierno anterior. Como mi esposo había sido el presidente del cuerpo estudiantil de la universidad, fue llevado como prisionero el 12 de septiembre. Estuvo detenido una semana; luego regresó a casa.
El 4 de octubre lo volvieron a detener.
Llegaron soldados a nuestra casa, con ametralladoras, buscando a Luis y empezaron a romperlo todo. Me encontraba en casa con nuestra hija de 17 meses, Patricia, quien fue testigo de todo el incidente. Mi esposo no estaba en casa en ese momento, pero al día siguiente se entregó, pensando que lo volverían a interrogar y que luego regresaría de nuevo a casa.
Desafortunadamente, eso no sucedió. El nuevo gobierno formó un grupo llamado Caravana del Terror que comenzó en el norte de Chile y empezó a matar a los líderes de la capital de cada provincia.
Llegaron hasta la provincia, al norte de la nuestra y la matanza cesó. Se suponía que mi esposo iba a morir el 17 de octubre de 1973.
Luis pasó 194 días aislado. Fue retenido en la oscuridad; en el calabozo. Durante los casi tres años que estuvo en prisión, durmió en un piso cubierto de heno. Si tenía que acudir a hacer sus necesidades, utilizaba el heno, el cual limpiaba diariamente. La prisión no proporcionaba alimentos, por lo que las familias eran responsables de alimentar a sus seres queridos. Todas las semanas le dejaba una canasta a Luis frente a las puertas de la prisión y los guardias se la llevaban.
Cuando mi esposo fue hecho prisionero, mi hija era una niña pequeña y además estaba embarazada de seis meses. Un grupo de mujeres cristianas evangélicas había visto la conmoción en nuestra casa y vino a consolarme. Una era mi tía por parte de mi padre, pero no conocía a ninguna de las otras personas. Vinieron y oraron por mí y me dijeron que Jesús escucharía mis oraciones. Ellas tenían mucha fe. Ese día entregué mi vida a Jesús.
Aunque era nueva en la iglesia, me apoyaron. La iglesia no era grande: 40 personas. (Ahora tiene 1,000 miembros). Cuando Luis tuvo que ir a la corte, la gente de mi iglesia vino a orar conmigo a las 6 de la mañana. Ayunaron conmigo. Todo el tiempo estuvieron conmigo.
Los domingos, cuando llevaba la comida de Luis a la cárcel, mis hermanos y hermanas de la iglesia traían una manzana, un plátano, una revista. También le llevaba ropa limpia. Acomodábamos todo en una canasta alta y redonda, y toda la iglesia oraba por él. Todos los niños a los que enseñé en la escuela dominical colocaban sus manos en esa canasta y oraban por la vida de Luis. Todo lo que nuestro ministerio ha llegado a ser desde entonces, ha sido un reflejo de nuestra experiencia en esos días.
Dios habló directamente a mi corazón, “Esto es para ti.”
Luis se había criado en la iglesia, pero cuando tenía 13 años, había decidido no volver a la iglesia. Cuando estuvo en confinamiento, solo le dieron una Biblia de Gedeón, un Nuevo Testamento. Al leer ese Nuevo Testamento, su fe volvió y decidió volver a creer en Dios.
Durante tres años hice todo lo posible para sacar a mi marido de la cárcel. Hice tres viajes a Santiago, la capital, a 700 millas de mi casa, para presentar peticiones de exilio. Y esperé.
Cuando comenzó el golpe de estado, un banco internacional había congelado los activos de Chile. Después de dos años, el banco comenzó a utilizar esos fondos para negociar la liberación de presos políticos como Luis. Seguí llenando formularios, principalmente para el exilio en países de Europa, pero había muy pocas vacantes y no estaba segura del papel que había jugado Estados Unidos en el golpe; sin embargo, llené los papeles para Estados Unidos y dejé el asunto así.
Durante ese tiempo, un arquitecto de Boston que había estado en Chile estudiando su maestría en la misma universidad que Luis, se enteró de lo que le estaba pasando a la gente de Chile. Descubrió el nombre de Luis en la lista de presos políticos y comenzó a diligenciar trámites ante el Departamento de Estado de Estados Unidos para proteger a Luis.
Un día vi una limusina con la bandera de Estados Unidos fuera de la prisión. Cuando vi la limusina, Dios me habló directamente al corazón: “Esto es para ti”. No sabía lo que sucedía, pero cuando me acerqué a la puerta para entregar la canasta, el guardia me dijo: “a tu esposo lo están entrevistando”. Después de eso, Luis recibió una visa de refugiado.
Para ingresar a los Estados Unidos, necesitábamos un patrocinador. La Sinagoga Solel de Highland Park, Illinois, había escuchado sobre la violencia en Chile y sintieron el llamado de patrocinar una familia. No nos conocían en absoluto. Cuando vieron nuestro nombre en la lista de nombres e historias familiares de personas que buscaban asilo, lo marcaron con un círculo y dijeron: “¡estos son los nuestros! Dios había hablado a los corazones de estas personas. Luis y yo llegamos a Chicago con nuestras dos hijas en junio de 1976.
Alguien de la sinagoga era dueño del hotel Belle Shore en Bryn Mawr Avenue. Nos alojamos allí en un estudio durante un par de meses. Luego, la congregación pagó el alquiler de un año mientras conseguíamos un apartamento. Nos dieron ropa y todo lo que necesitábamos. Alguien de la sinagoga le dio a Luis trabajo en una fábrica donde trabajó durante 13 años. Sentimos que Dios había abierto las ventanas y puertas del cielo y estaba derramando bendiciones sobre nosotros.
Durante nuestro primer año en los Estados Unidos, la sinagoga también pagó por el centro de preescolar— guardería—para nuestras hijas. Tomé clases de inglés a través de un programa de la ciudad de agosto a febrero, y recibía $120 a la semana para cubrir mi transporte y comida. Luego conseguí un trabajo como asistente en la guardería de mis hijas. La Universidad Nacional Lewis tenía un programa especial que me permitió tomar las clases de educación que aún no había tomado en América del Sur, y mi título de profesora fue validado en 1978. Dios ha sido muy bueno.
Nuestro apartamento estaba a dos cuadras de Edgewater Covenant Church (ahora La Iglesia del Pacto Evangélico Belén). Vimos un letrero de clases gratuitas de inglés en la ventana de la iglesia. Dos estudiantes de North Park College sabían algo de español y vinieron a hablar con nosotros. Nos dijeron que un joven pastor, Keith Tungseth, estaba comenzando un estudio bíblico en español. Más tarde, ese mismo día, visitó nuestra casa para reunirse y hablar con nosotros. Lloró con nosotros cuando le contamos nuestra historia. Sigue siendo nuestro buen amigo. Ese fue el comienzo de nuestra vida en el Pacto.
Edgewater era una iglesia grande, pero no tenían un ministerio hispano. Así que ayudamos a iniciar uno. Mi esposo estaba en las etapas iniciales de su fe cristiana y yo tocaba la guitarra.
En 1983, una iglesia del Pacto en Schaumburg necesitaba ayuda para iniciar una congregación de habla hispana. Tres días a la semana viajábamos 25 millas hasta Schaumburg para tocar la guitarra y ayudar con la escuela dominical, la que ahora es La Iglesia del Pacto Evangélico Renacer en Carpentersville.
Luis comenzó a asistir al Seminario Teológico de North Park y conoció a Jerry Reed, quien recientemente se había jubilado con su esposa, Nancy, después de haber servido en México como misioneros de Serve Globally. Comenzamos un estudio bíblico en casa y los Reed nos invitaron a reunirnos con ellos para un estudio bíblico con Grace Covenant Church. Le teníamos mucho aprecio y cariño a nuestra iglesia en Schaumburg, pero sabía que teníamos que empezar a asistir a la iglesia de Grace.
Mientras Luis todavía estaba tomando su primera clase en el seminario, la gente comenzó a llamarlo “pastor” a pesar de que en realidad era un líder laico. Establecimos la Iglesia del Pacto Evangélico Grace. Cuando la iglesia había crecido a un número de 80-100 miembros, mi esposo tuvo la visión de abrir una iglesia en un vecindario al sur de donde vivíamos. Capacitamos a un grupo de personas de nuestra iglesia: músicos, líderes, maestros de escuela dominical. Así empezó la Iglesia del Pacto Evangelico Peniel.
A lo largo de todos los años de nuestro ministerio, siempre había querido obtener un título del seminario. Yo era estudiante en el Centro Hispano de Estudios Teológicos (CHET), pero no pude terminar el programa porque estaba ocupada en mi carrera como maestra y estábamos criando a tres hijos en ese momento. Cuando me retiré de la docencia en el 2015 me dije: “Este es mi año”. Le escribí a Ed Delgado, quien era presidente de CHET. Me animó a seguir mis estudios. Revisé mi currículum para ver qué clases ya había tomado y comencé el proceso.
Mi madre se había venido a vivir con nosotros en 1986. En el 2014, había comenzado a mostrar signos de que estaba perdiendo progresivamente la memoria. Como su necesidad de atención aumentó a 24 horas al día, tuve que dejar mis estudios a un lado. Mi madre vivió con nosotros hasta el día en que falleció en el 2019. Cuando llegó la pandemia en el 2020, decidí volver a estudiar ya que me di cuenta que tenía tiempo para hacerlo.
Entonces me comuniqué con CHET nuevamente. Reconocieron mis clases anteriores y mi trabajo ministerial. Ya había enseñado muchas de las clases que necesitaba tomar, así que fui exenta de esas clases. La mayoría de los pastores obtienen su educación y luego reciben su ordenación. !Yo lo he hecho todo al revés!
He pasado muchos años en el ministerio junto a mi esposo. Ahora Luis está retirado como pastor y somos miembros de La Iglesia del Pacto de Grace. Actualmente me desempeño como pastora interina en la Iglesia Cristiana Internacional Sobre La Roca. Debido a la pandemia, la iglesia me ha pedido que me quede más tiempo del que habíamos planeado originalmente. Dirijo el estudio bíblico y la oración vía Zoom. Los domingos un grupo se reúne en la iglesia y yo predico desde casa.
Si bien mi camino hacia la ordenación no ha sido el habitual, siento que es como la culminación de mi trabajo en la Iglesia del Pacto. Tantas veces había dicho que quería ser ordenada como pastora, y ahora, ¡por fin lo voy a lograr!