El latido generacional del corazón / The Generational Heartbeat

Las historias de mi madre son las que un día me acercaron a Dios.  

Hace más de 40 años, ella emigró desde Guatemala a los Estados Unidos. Más tarde, conoció mi padre en Los Ángeles, California, quién también había inmigrado de Guatemala, y se casaron.  

Nací en los EE. UU., soy su hija mayor. Mis padres querían un futuro mejor para mí, uno que me mantuviera alejada de los sufrimientos de la pobreza y que me brindara oportunidades para una vida mejor. Sin embargo, su fe en Dios fue el mejor regalo que me han dado mis padres, especialmente los testimonios de las experiencias fe de mi madre.  

En nuestra familia no había duda de la existencia de Dios. Mi madre era cristiana evangélica y mi padre era católico por tradición, por lo cual cada uno expresaba su fe de manera diferente. Me encantaba escuchar a mi madre contar cómo Dios estuvo presente en su vida cuando era niña en Guatemala, en sus luchas cuando era joven y en las dificultades que enfrentó cuando emigró a los Estados Unidos. Durante todo ese proceso, ella siempre oró por la voluntad de Dios en su vida. Recibió una palabra de Dios antes de salir de casa, advirtiéndole que enfrentaría varias dificultades al intentar cruzar la frontera, pero que no debía temer porque él estaría con ella. 

“Dios cumplió su promesa y me mantuvo a salvo”, decía mi madre. “Él es la razón por la cual hoy estoy aquí”. 

Escuchar los testimonios de fe de mi madre hizo que Dios fuera real y palpable en mi vida, alguien con quien yo podía hablar.  

Cuando mi madre llegó por primera vez a los EE. UU. trabajó como ama de llaves interna. Quería asistir a la iglesia, pero en la década de 1970 existían pocas iglesias de habla hispana en el sur de California y no encontró ninguna cerca. Entonces le pidió a Dios en oración: “Señor, llévame a una iglesia de habla hispana”. En su oración pidió una señal: que camino a casa se encontrara con alguien que llevara una Biblia en mano y que esa persona la ayudara a encontrar una iglesia.  

Y Dios respondió. En la parada del autobús se encontró con una joven que llevaba una Biblia y esa joven le dio a mi madre toda la información que necesitaba para encontrar a una iglesia. “Lo curioso es”, dijo mi madre, “que nunca volví a ver a esa joven”. 

Historias como esta me recuerdan porqué dije “sí” al llamado de Dios. ¿Por qué no le diría “sí” al Dios de mi madre? Él tiene un propósito para mi vida. Él me ama y me cuida. Él quiere lo mejor para mí y ha estado conmigo toda mi vida.  

Ahora he presentado a mis hijas al mismo Dios, compartiendo mis historias de vida y las de su abuela y sus antepasados. Son testimonios vivos de un Dios presente en todas las generaciones.  

Nuestros antepasados proporcionaron un camino hacia el Dios vivo a través de sus historias. El profeta Joel dijo: “Cuenten esto a sus hijos, y que ellos se lo cuenten a los suyos, y estos a la siguiente generación (Joel 1:3)”. 

Estas historias son el latido generacional del corazón de nuestra fe, floreciendo, viviendo y dando vida cada vez que las contamos. Nos ayudan a construir el reino de Dios y restauran los corazones de aquellos que anhelan conocer más a su Creador. Lo fue así para los israelitas y para la iglesia primitiva, y lo es hoy para mi familia de ascendencia latina.